Mi espacio personal siempre se ha visto afectado, por lo menos desde que cuento con un espacio propio – ya sea por mi desorden, por mi ropa, por mis libros o los juguetes que nunca encontraban dónde instalarse, siempre ha habido una tercera parte involucrada.
Mi experiencia como habitante ha mutado especialmente en estos últimos cinco años; en los que he vivido en tres ciudades distintas por un período mínimo de seis meses, en los que no sólo tuve que adaptar ese nuevo espacio con el que contaba sino que yo también tuve que adaptarme a todo ese nuevo espacio al que yo era el intruso.
Hace nueve años que mi familia vive en la misma casa – la cual para mi hermana menor, diez años, ha sido la única. Y pensar que para mí nueve años es mucho cuando hay gente que ha vivido toda su vida en un mismo lugar, qué decir.
Bueno, pero si voy a hacer una introspección debería comenzar por el principio o por lo menos por el principio relevante.
Cuando era pequeño viví un par de años con mis abuelos en Ica, durante la transición entre el primer gobierno de Alan García y Alberto Fujimori. Definitivamente fue una etapa complicada por la que pasó Lima, por eso mis padres decidieron que sería mejor que mi hermano y yo pasemos una temporada lejos del caos y la inseguridad que atacaba a Lima. La casa de mis abuelos es muy curiosa, queda muy cerca a la Iglesia del Señor de Lúren y en época de procesión las vistas eran especiales. Aquella casa fue diseñada por mi abuela, que no es arquitecto ni tuvo estudios afines, de hecho sólo terminó la secundaria pero ella siempre ha tenido una personalidad fuerte y creativa, y gracias a su fuerza convenció a mi abuelo para que fuese ella quien proyectará su futuro hogar, y vaya hogar.
Dije que era una casa curiosa porque para comenzar sólo tiene un baño – y la casa es de tres niveles – No hay puertas más que en los baños y la principal y cada nivel es un espacio limpio, puro. La casa es una planta libre a base de pórticos y la circulación vertical está al lado izquierdo, la cual conecta todos los niveles. Durante el tiempo que mi hermano menor y yo habitamos el que antes era el dormitorio de mi mamá y su hermana mayor la privacidad se esfumó. Todo lo que hacíamos se escuchaba en toda la casa, la bulla cuando jugábamos, las pequeñas riñas ocasionales e incluso los llantos ocasionados por no tener a nuestros padres cerca.
Si bien durante esos dos años tuve que adaptarme a una nueva ciudad, nuevos padres y sobre todo a un nuevo espacio, desde ahí pude comprobar que mi nivel de adaptación no es poco y que al final uno cambia mucho su nuevo lugar – este hecho se comprueba cuando los abuelos luego nos comentan que la casa se siente distinta sin nosotros; he ahí el nivel de mutación por parte del espacio ante sus nuevos habitantes, por más esporádicos que sean.
Luego llegó el nuevo hogar, el actual, el que hace nueve años se ve afectado por las actividades familiares de un solo grupo humano.
En este hogar, mi espacio personal no sobrepasa los 16 m2, lo cual para mí es un tanto estresante porque me gustan los espacios abiertos, en los que sienta que puedo moverme con libertad; sin embargo detesto las casas enormes si sólo yo las tuviese que habitar, no tiene mucho sentido el tener una gran vivienda cuando solamente una persona la utilizaría ¿verdad?
Pero bueno. En el 2005 decidí descansar un semestre y qué mejor manera que salir de Perú por una temporada y explorar una ciudad distinta a la que uno está acostumbrado. De julio a diciembre pude vivir en un pequeño flat en Brooklyn Heights, era el flat de una amiga de mi mamá en el que por ese tiempo sólo vivía el hijo de la señora y como tenía un cuarto libre pude invadirlo. El cambio radical que experimenté en esos meses fue increíble, todo era una nueva experiencia, la vista desde mi ventana hacia una calle con árboles, muchos árboles, los rascacielos a la distancia, el tener el río Hudson cerca, los museos y todo lo que Nueva York puede ofrecer a toda hora. Fue en el trascurso de esos días que mi apreciación por el paisaje, tanto natural como urbano, comenzó a ser protagonista de mi forma de proyectar.
Luego vino el 2009, enero, en el que pude participar de un intercambio académico en la UNAM, en México DF; otro cambio y proceso de adaptación. Esta vez no fue la casa la que me cambió en lo más mínimo, fueron los habitantes. Mis primeras compañeras de apartamento, dos españolas con muchas ansias de explorar ese nuevo país, fueron fundamentales en mi experiencia mexicana – es de esta forma que compruebas tu nivel de adaptación y adaptabilidad. Luego en junio llegó la mudanza, las chicas regresaban a España y yo aún me quedaba hasta agosto ya que conseguí unas prácticas en un despacho de Arquitectura Paisajista – el mejor trabajo que he tenido hasta ahora. Para cambiar de nuevo un poco, me mudé a La Condesa, un barrio bastante bonito en DF, con parques grandes, vegetación cuidada, gente de todo tipo, una reminiscencia a mis tiempos neoyorquinos. Allí vivía con 4 chicos más: Juan Carlos, Charlie, Jonathan y Andreas; aquéllos fueron unos meses muy curiosos en los que la integración entre nosotros fue bastante buena. En esa casa cada uno tenía un dormitorio con baño, por lo que si alguno quería ser antisocial habría sido bastante fácil de serlo, pero el lugar de encuentro siempre era la cocina; esa cocina era genial, decorada muy a la mexicana y espaciosa, definitivamente mi recuerdo de México.
Ahora estoy de regreso en Lima, ya a punto de que el año termine y con toda la incertidumbre del futuro acosándome un poco.
No sé si podría describir mi casa ideal de aquí a unos 10 años, para mí eso es un tanto difícil porque siempre cambió de alguna manera. Hay muchas cosas en mi vida que mutan de acuerdo a dónde me encuentre.
Si me proyectase ahora, en esta línea de tiempo y bastante sesgado a un futuro más idóneo que real, diría que aquel espacio debería integrarse al paisaje en el que se encuentra, contar con visuales interesantes y que los ingresos se confundan entre la arquitectura, una casa con muchos ingresos, espacios de descanso y observación; una fusión entre paisaje y teatralidad con una pizca de mimesis. No sé en qué tipo de paisaje la podría ubicar porque en realidad yo soy un chico de ciudad por más que aprecie los paisajes naturales mucho; tendría que ser un espacio perfectamente en el medio – entre la modernidad y la naturaleza. Mi vida sería quizá un caos entre el paisaje y el teatro, las dos actividades que me apasionan.
No me veo solo en esa casa, tampoco casado o con hijos a tal caso, y no creo que tenga alguna mascota porque nunca la he tenido y mi vida sería lo suficientemente ajetreada como para tener tiempo de cuidar a otro ser vivo. Yo creo que mi compañero perfecto para ese tiempo sería Jon, uno de mis compañeros de casa en el DF, bueno, en realidad más que compañeros. Nuestras personalidades son distintas, no por completo pero algo; él es un caso, su padre es estadounidense y su madre cubana pero su herencia latina sólo se aprecia en su perfecto español; vivió en Japón por dos años luego de graduarse en Música en la Universidad de Florida y ahora va a Derecho Ambiental en Yale; él se preocupa mucho por la sociedad y es de los que se involucra por completo en proyectos de ayuda social – que es algo en lo que yo también pienso involucrarme apenas terminen las clases. De hecho ya tenemos un cronograma para diciembre, en el que piensa venir y conocer Perú e involucrarnos en algún proyecto social por aquí.
Yo amo los espacios para estar, en los que pueda leer tranquilo y observar el paisaje, el dormitorio para mí sólo tendría ese uso, el dormir, y el que todos los espacios se conecten sería lo mejor. En esto Jon es igual, con la diferencia que él necesita un espacio para el piano y también tener la opción de salir a correr, y algo importante para él es que el dormitorio sea más que un espacio para dormir, ahí entra mi nivel de adaptación.
Definitivamente una casa con pocas puertas, espacios continuos, abierta, unida al entorno y con espacios de observación.
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