Recordar es vivir, o eso dicen. Hasta cierto punto es muy cierto; todo este ejercicio de meditar y tratar de recordar casi con lujo de detalles todo eso que vivimos hace un mes o un año es todo un proceso muy gratificante, a veces inmediato y dulce: recordamos lo bueno, lo gracioso, lo emotivo; mas otras veces recordamos lo deprimente, lo triste, lo feo; es una respuesta natural ¿quién quisiera recordar los malos momentos que pasó en un período específico?
Con esto no quiero decir que la pasé mal en Bélgica pero hubo un par de episodios que no fueron de mi total agrado - pero obvien un poco lo que les diga, quizá en mi mente todo el proceso de recordar es vivir funciona al contrario y al vivir recuerdo realmente aquello que viví hace un tiempo.
Comenzaré contando mi gran ida de Lima la Gris. Eran las 4 de la tarde y estaba en la camioneta de mi madre camino al aeropuerto Jorge Chávez, me acompañaban mi madre, mis hermanos, mi tía y Ofelia, mi gran amiga. Fue una buena despedida, nada muy sentimental pero tampoco superficial; la dosis idónea de sentimiento.
Aquel vuelo fue largo, aburrido y preocupante. Las horas camino a lo desconocido pueden pesar tanto ¡mi cerebro da mucha vueltas! Lo único que venía a mi mente eran imágenes de lo que podría o no ser mi futuro en tierras wallonas; y el sobrepensar antes de siquiera vivir es peligroso.
Y bueno, llegué a Bruselas luego de una conexión bastante fugaz en Amsterdam. La primera persona conocida que vi fue Gino Marchal, un belga que conocí el año pasado en Palenque. Nos dimos los besos de rigor y el gran abrazo que sólo se pueden dar dos amigos que no se ven desde hace mucho. Le mandé los saludos de rigor por parte de mi hermano, hablamos de cómo habíamos estado, las nubes de Bruselas, las papas a la francesa que en realidad son a la belga (obviando por supuesto que la papa es peruana, eso es un hecho) y del gusto que nos daba el vernos de nuevo.
El primer pensamiento que tuve en la capital belga fue: ¡vaya, otra ciudad gris! Bruselas y Lima sí tienen algo en común después de todo. Pero el estar en una ciudad de Europa central es perceptible. La arquitectura, la gente, el ambiente, todo pertenece a aquel lugar.
Fue un día corto pero muy bien aprovechado; caminé por el centro, vi la Bourse, exploré las callejuelas y lo más importante, me sentía bien.
El día dos fue mi tragicomedia. Me levanté temprano para averiguar cómo llegar a la ULB e informarme por fin cómo funcionaba todo el proceso de admisión realmente. Los empleados del Floris Hotel son los mejores, en serio, muy amables y simpáticos. Bueno, me dijeron cómo llegar al campus de la universidad pero en trolle y yo quería usar el metro, por lo que decidí olvidarme de las indicaciones de los del hotel y me fui al metro.
Mi sorpresa fue al descubrir las grandes diferencias que existen entre los metros de América y los de Bélgica. Primero, no tienen barreras para ingresar a la zona de trenes, sólo es una línea amarilla pintada en el suelo; segundo, 1.50 euros por un pasaje ó 3 euros por un boleto diario; y tercero, que los mapas belgas no son tan claros ¡y yo hablo francés!
Mis primeras malas experiencias fueron en el metro de Louise, la primera fue el ser completamente ignorado por la persona que estaba delante de mí tras querer preguntarle algo, sólo me dejó decir tres palabras y luego siguió como si no existiera; la segunda fue cuando me acerqué a una señora que se veía amable y le pregunté si estaba en el carril indicado para llegar a la ULB, me miró con cara de leproso y ni me dirigió una palabra, simplemente se fue sin siquiera mirarme; uno de los momentos más incómodos de mi vida.
Después de este episodio llegué a la estación del metro Horta, que pensé sería donde la escuela Victor Horta de Arquitectura estaría, pero no, el nombre se debía a que allí estaba el Museo a Victor Horta, caminé sin sentido hasta encontrar una farmacia, entré y pregunté cómo llegar a la ULB mas nada, no tenían ni idea, o eso me dijeron. Al rato encontré un pequeño café y pregunté de nuevo, esta vez me dijeron que continuara derecho por una calle y que cuando llegara a una gran calle avenida a la derecha. Caminé por media hora y nada, no veía la gran avenida, sentía que me ahogaba en un mundo kafkiano hecho para jugar con el pequeño latino recién llegado a Europa. Paré dos veces más, una en un café y otra en un hotel, otra vez me dijeron que continuara derecho hasta encontrar la avenida pero esta vez me dirigieron por calles distintas ¡aún más confusión! Sin embargo tuve que seguir, tenía que llegar a algún lado sí o sí.
Al fin llegué a un lugar que sabía en qué parte de la ciudad estaba, la Abadía de la Cambre, pero como seguía tan confundido me perdí de nuevo. Lo que puedo decir ahora es que conozco prácticamente todas las caras del lado sur-este de Bruselas ¡Lo caminé casi todo!
Unas tres o cuatro horas más o menos fueron las que caminé del metro Horta al campus de la VUB; no, no escribí mal, llegué a la Vrije Universiteit Brussel, que está al lado del campus de la ULB - un pequeño dato del cual no me enteré hasta una hora más tarde.
Toda esa mañana fue un desastre, por culpa de mi terquedad y coger el metro llegué tan tarde que la administración de la escuela ya había cerrado por el día (los lunes sólo atienden hasta las 12h00), en otras palabras: un día perdido.
Lo que pude sacar de mi gran primer día solo en Europa fue que los belgas jóvenes son más alivianados que los mayores, que me tomaría más de un día en entender su sistema de metro, que lo primero que te dicen en Bruselas después de saludarte es: qué mierda de clima el de hoy ¿no? y que me tomaría más tiempo del que había pensado acostumbrarme a mi "futura" nueva ciudad.
Con esto no quiero decir que la pasé mal en Bélgica pero hubo un par de episodios que no fueron de mi total agrado - pero obvien un poco lo que les diga, quizá en mi mente todo el proceso de recordar es vivir funciona al contrario y al vivir recuerdo realmente aquello que viví hace un tiempo.
Comenzaré contando mi gran ida de Lima la Gris. Eran las 4 de la tarde y estaba en la camioneta de mi madre camino al aeropuerto Jorge Chávez, me acompañaban mi madre, mis hermanos, mi tía y Ofelia, mi gran amiga. Fue una buena despedida, nada muy sentimental pero tampoco superficial; la dosis idónea de sentimiento.
Aquel vuelo fue largo, aburrido y preocupante. Las horas camino a lo desconocido pueden pesar tanto ¡mi cerebro da mucha vueltas! Lo único que venía a mi mente eran imágenes de lo que podría o no ser mi futuro en tierras wallonas; y el sobrepensar antes de siquiera vivir es peligroso.
Y bueno, llegué a Bruselas luego de una conexión bastante fugaz en Amsterdam. La primera persona conocida que vi fue Gino Marchal, un belga que conocí el año pasado en Palenque. Nos dimos los besos de rigor y el gran abrazo que sólo se pueden dar dos amigos que no se ven desde hace mucho. Le mandé los saludos de rigor por parte de mi hermano, hablamos de cómo habíamos estado, las nubes de Bruselas, las papas a la francesa que en realidad son a la belga (obviando por supuesto que la papa es peruana, eso es un hecho) y del gusto que nos daba el vernos de nuevo.
El primer pensamiento que tuve en la capital belga fue: ¡vaya, otra ciudad gris! Bruselas y Lima sí tienen algo en común después de todo. Pero el estar en una ciudad de Europa central es perceptible. La arquitectura, la gente, el ambiente, todo pertenece a aquel lugar.
Fue un día corto pero muy bien aprovechado; caminé por el centro, vi la Bourse, exploré las callejuelas y lo más importante, me sentía bien.
El día dos fue mi tragicomedia. Me levanté temprano para averiguar cómo llegar a la ULB e informarme por fin cómo funcionaba todo el proceso de admisión realmente. Los empleados del Floris Hotel son los mejores, en serio, muy amables y simpáticos. Bueno, me dijeron cómo llegar al campus de la universidad pero en trolle y yo quería usar el metro, por lo que decidí olvidarme de las indicaciones de los del hotel y me fui al metro.
Mi sorpresa fue al descubrir las grandes diferencias que existen entre los metros de América y los de Bélgica. Primero, no tienen barreras para ingresar a la zona de trenes, sólo es una línea amarilla pintada en el suelo; segundo, 1.50 euros por un pasaje ó 3 euros por un boleto diario; y tercero, que los mapas belgas no son tan claros ¡y yo hablo francés!
Mis primeras malas experiencias fueron en el metro de Louise, la primera fue el ser completamente ignorado por la persona que estaba delante de mí tras querer preguntarle algo, sólo me dejó decir tres palabras y luego siguió como si no existiera; la segunda fue cuando me acerqué a una señora que se veía amable y le pregunté si estaba en el carril indicado para llegar a la ULB, me miró con cara de leproso y ni me dirigió una palabra, simplemente se fue sin siquiera mirarme; uno de los momentos más incómodos de mi vida.
Después de este episodio llegué a la estación del metro Horta, que pensé sería donde la escuela Victor Horta de Arquitectura estaría, pero no, el nombre se debía a que allí estaba el Museo a Victor Horta, caminé sin sentido hasta encontrar una farmacia, entré y pregunté cómo llegar a la ULB mas nada, no tenían ni idea, o eso me dijeron. Al rato encontré un pequeño café y pregunté de nuevo, esta vez me dijeron que continuara derecho por una calle y que cuando llegara a una gran calle avenida a la derecha. Caminé por media hora y nada, no veía la gran avenida, sentía que me ahogaba en un mundo kafkiano hecho para jugar con el pequeño latino recién llegado a Europa. Paré dos veces más, una en un café y otra en un hotel, otra vez me dijeron que continuara derecho hasta encontrar la avenida pero esta vez me dirigieron por calles distintas ¡aún más confusión! Sin embargo tuve que seguir, tenía que llegar a algún lado sí o sí.
Al fin llegué a un lugar que sabía en qué parte de la ciudad estaba, la Abadía de la Cambre, pero como seguía tan confundido me perdí de nuevo. Lo que puedo decir ahora es que conozco prácticamente todas las caras del lado sur-este de Bruselas ¡Lo caminé casi todo!
Unas tres o cuatro horas más o menos fueron las que caminé del metro Horta al campus de la VUB; no, no escribí mal, llegué a la Vrije Universiteit Brussel, que está al lado del campus de la ULB - un pequeño dato del cual no me enteré hasta una hora más tarde.
Toda esa mañana fue un desastre, por culpa de mi terquedad y coger el metro llegué tan tarde que la administración de la escuela ya había cerrado por el día (los lunes sólo atienden hasta las 12h00), en otras palabras: un día perdido.
Lo que pude sacar de mi gran primer día solo en Europa fue que los belgas jóvenes son más alivianados que los mayores, que me tomaría más de un día en entender su sistema de metro, que lo primero que te dicen en Bruselas después de saludarte es: qué mierda de clima el de hoy ¿no? y que me tomaría más tiempo del que había pensado acostumbrarme a mi "futura" nueva ciudad.
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